Certificado del certificado

Comienzo mi semana tratando de empezar tranquilo. Llego a nadar (actividad que no realizo luego de 2 largas semanas) y el bendito molinete plateado no avanza y no avanza, la chicharra suena, la luz sigue en colorado (o rojo). Pienso en un buen francés parisino “¿¿qué merda pasa??”.

La “señora de la entrada” con su infaltable aspecto de la histórica Doña Rosa de Bernie “tomé sol toda la temporada en Punta del Este” Neustadt chilla “le falta el certificado médico!!”.

Esa papeleta tortuosa requerida para cada actividad física, académica, esotérica, reiki u otra arte oriental que se pretenda llevar a cabo en los límites de esta ciudad y –probablemente- también en los municipios aledaños. No conformes con solicitarla solamente cuando uno se inscribe para que el clú evite responder ante el bobazo del señor mayor en el sauna la primer semana que este goza de sus facilidades.

A medida que subía los cuatro pisos que me separaban del vestuario imaginaba todos los trámites que tendría que hacer para obtener un certificado médico de mi médico habitual (a saber: llamar, aguardar un turno, visitar el consultorio, esperar, entrevistarme con el dotor) para obtener el preciado papel, so color de pagar la suma –no despreciable- de cuarenta pes a los plutócratas del gimnasio.

Luego de una plácida nadada de media horita –al decir de Francis Mallman- en las tibias aguas de la piscina, me dirigí a tribunales más relajado… aunque con la conciencia que el desgraciado papelito entraba dentro de mi lista de tareas pendientes.

Hank